Re: Nacionalismo y democracia
Publicado: Mar Ene 21, 2014 3:25 pm
Hace ya algunos años leí una biografía apócrifa sobre el "héroe" este. El caso es que distaba bastante de la "oficial", y aunque no restaba méritos guerreros al ínclito General, se centraba más en los rasgos, en el culto un tanto narsicista a su propia personalidad egocéntrica y en las relaciones humanas del personaje.
Intentando aportar otra dósis de humor , esta vez en vena, ahí va este "chiste" de Olmos, que he encontrado por ahí, y que bien podría ser un esquemático resumen de la azorosa vida militar y social de D.José:
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El general José Millán Astray vivió practicando con naturalidad dos proezas meritorias, que eran buscarse las faldas fuera de casa porque su legítima observaba la castidad para agradar a Dios y pelar los langostinos con una sola mano. Ambas son hazañas de mucho merecimiento que sólo los hombres grandes pueden presumir en el casino, en donde el general Millán Astray hacía el alarde de tener rendida a una madre abadesa de un convento de ursulinas. De coronar a alguien, que sea a Cristo que tiene más mérito, le gustaba decir cuando se arrimaba un coñac. Cuando se casó en 1906 con su novia Elvira, la hija del general Gutiérrez Cámara, ya ostentaba el grado de capitán y alardeaba el pecho gallardo preñado de medallaje (y no por chupatintas sino por haber defendido el cantón de San Rafael, en Filipinas, con treinta hombres cansados contra dos mil rebeldes), así que el suegro no puso pega. Recién dijo el cura amén, en los puros del casorio, Elvira le dijo que había jurado guardarle la flor a Dios y el capitán rindió la noche en tregua.
El derecho canónico acepta como causa de nulidad matrimonial el voto de castidad de uno de los contratantes, pero Millán Astray, sin embargo, no corrió a un tribunal eclesiástico sino que aceptó con deportividad una convivencia fraternal. A partir de entonces Elvira le cuidó los reposos con veneración, pero sin quitarse el camisón, miró para otro lado cuando regresaba de madrugada oliendo a forastera y hasta llegó a amar como a una sobrina a una hija natural que tuvo el general. Lo de desnudar las gambas solo con la mano diestra es porque la zurda se la dejó en la sebería de un hospital militar, junto con el resto del brazo, porque se le gangrenó una herida que recibió en octubre de 1924 en el Fondak de Ain Yedida, en Marruecos, cuando se expuso al fuego rifeño para empujar con arengas a los soldados del batallón de Burgos. Scott Fitzgerald escribió que la vida es un proceso de demolición, pero a Millán Astray más bien fue el moro el que le quiso derribar poco a poco.
Antes de mancarle le acertaron en el pecho en el barranco de Amadí, durante la toma de Nador, en 1921, y al año siguiente casi le volaron la pierna cuando se retiraba del blocao Gómez Arteche, después de la batalla de Draa-el Asef. Después de quedarse con una manga de sobra recibió un disparo en la cara cuando examinaba las defensas de Loma Redonda que le desgarró la mejilla izquierda, le puso sonrisa de piano y le vació el ojo derecho. A partir de entonces lució parche de luto y mareos de vértigo si giraba el cuello con violencia. Aunque la pierna la conservó en su sitio, en los cuarteles legionarios decían en el bajinis que al general no le gustaba tener nada repe (el diputado socialista Julián Zugazagoitia le describió «recompuesto de garfios, maderas, cuerdas y vidrios») y Millán Astray sonreía con su mordida rota a balazos porque le gustaban los chistes y convidar a copas después de las imaginarias.
José Millán Terreros Astray nació en La Coruña en 1879 y cuando tuvo edad para hacerlo desterró el apellido materno a la tercera posición por considerarlo reptante. Ingresó en la Academia de Infantería de Toledo en 1894 y dos años después se presentó voluntario para combatir la rebelión nacionalista en las colonias de Filipinas. Se bautizó de fuego con dieciséis años y con veinte ya era un héroe nacional que había tenido que hacer sitio en la guerrera para llevar prendidas la Cruz de María Cristina, la Roja al Mérito Militar y la de Primera Clase. Con veinticinco era capitán y con treinta pudo ser oficial del Estado Mayor pero prefirió servir en África, en el cuerpo de Regulares Indígenas, y dos años después ascendido a comandante, empezó a pergeñar su sueño de reclutar una fuerza mercenaria que se alimentase de extranjería. Alistando al de fuera, expuso, «se dispone de un soldado y se ahorra un español».
Los novios de la muerte
El general Tovar Marcoleta, ministro de la Guerra, le envió en 1919 a estudiar el cuartel de la Legión Extranjera Francesa en Sidi-Bel-Abbés, en Argelia, en donde observó con entusiasmo el sistema de castigos brutales y recompensas suntuosas y el noviazgo con la muerte de aquel batallón de rufianes sin pasado. Mezclando la gloria vieja de los Tercios de Flandes y la observación del código samurái que aprendió del libro 'Bushido: el alma de Japón' de Inazo Nitobé (publicado en 1895 y traducido del inglés por el propio Millán y Luis Álvarez de Espejo) puso en marcha la Legión Extranjera, que fue aprobada por real decreto el 28 de enero de 1920.
Cuando los primeros reclutas, que eran una turba abigarrada de psicópatas, bandidos y muertos de hambre, llegaron a los cuarteles de Ceuta, Millán Astray, que ya era teniente coronel, les recibió diciéndoles «os habéis levantado de entre los muertos», les prometió una nueva vida y les aseguró que habían ido allí a morir.
África fue la aventura de Millán y el pilar de la leyenda legionaria. Desde que fueron enviados al sur de Tetuán en 1920 hasta que las tropas españolas ocuparon Bab Tazza en julio de 1927 poniendo fin a la campaña marroquí, las banderas del Tercio de Extranjería (como también era conocida la Legión) participaron en 845 combates en los que sufrieron más de dos mil bajas. Millán estuvo presente en 62 acciones, dejó la mitad de su anatomía en el camino y practicó el coraje exhibicionista y la punición truculenta que encantaba a sus chacales y sacaba de quicio a los generales de velador, que decían que su valor nacía en el chinchón y la morfina.
A la duquesa de la Victoria, que organizó un grupo de enfermeras de campaña, le regaló una cesta de rosas rojas clavadas en dos cabezas moras decapitadas y cuando Primo de Rivera visitó Marruecos en 1926 la Legión le atendió la revista en formación impecable y con las cabezas del enemigo pinchadas en las bayonetas. El periodista Arturo Barea pudo contemplar su repertorio macho cuando sirvió en África y le vio liarse a puñetazos con un recluta mulato, «se golpearon uno a otro como los hombres de las selvas debieron hacerlo antes de que se fabricara la primera hacha», para luego reconocerle el valor y emplazarlo para el combate.
El general Millán Astray, dejando de lado las consideraciones políticas, vivía su mito guerrero mirando a Genghis Khan, a los tiempos del mandoble y la caballería, como Patton, Custer o Leónidas, buscando su aritmética en Clausewitz y su ética en lo que pende. Se compró un ojo de cristal en Italia pero jamás lo usó y prefirió el parche épico y cuando le hirieron por cuarta vez su subalterno Ríos Capapié le envió un telegrama que decía: «Felicítole por cuarta gloriosa herida. Stop. Espero impaciente la quinta». En el 36 se adhirió a la rebelión contra la República pero ya estaba roto para la guerra y solo entró en combate contra Unamuno, en la universidad de Salamanca. Ninguno de los dos sangró."
Yo, la verdad es que sin ser un ferviente admirador de Unamuno, sin dudarlo un momento, me quedo con su literatura en detrimento de la "belicosa" psicopatía del General Millán. No en vano ya vaticinó D. Miguel en su época antifascista aquel certero "epitafio" desgraciadamente cumplido «El general Millán Astray quisiera crear una España nueva según su propia imagen. Y por ello desearía una España mutilada».
Saludos cordiales. Topo.
Intentando aportar otra dósis de humor , esta vez en vena, ahí va este "chiste" de Olmos, que he encontrado por ahí, y que bien podría ser un esquemático resumen de la azorosa vida militar y social de D.José:
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El general José Millán Astray vivió practicando con naturalidad dos proezas meritorias, que eran buscarse las faldas fuera de casa porque su legítima observaba la castidad para agradar a Dios y pelar los langostinos con una sola mano. Ambas son hazañas de mucho merecimiento que sólo los hombres grandes pueden presumir en el casino, en donde el general Millán Astray hacía el alarde de tener rendida a una madre abadesa de un convento de ursulinas. De coronar a alguien, que sea a Cristo que tiene más mérito, le gustaba decir cuando se arrimaba un coñac. Cuando se casó en 1906 con su novia Elvira, la hija del general Gutiérrez Cámara, ya ostentaba el grado de capitán y alardeaba el pecho gallardo preñado de medallaje (y no por chupatintas sino por haber defendido el cantón de San Rafael, en Filipinas, con treinta hombres cansados contra dos mil rebeldes), así que el suegro no puso pega. Recién dijo el cura amén, en los puros del casorio, Elvira le dijo que había jurado guardarle la flor a Dios y el capitán rindió la noche en tregua.
El derecho canónico acepta como causa de nulidad matrimonial el voto de castidad de uno de los contratantes, pero Millán Astray, sin embargo, no corrió a un tribunal eclesiástico sino que aceptó con deportividad una convivencia fraternal. A partir de entonces Elvira le cuidó los reposos con veneración, pero sin quitarse el camisón, miró para otro lado cuando regresaba de madrugada oliendo a forastera y hasta llegó a amar como a una sobrina a una hija natural que tuvo el general. Lo de desnudar las gambas solo con la mano diestra es porque la zurda se la dejó en la sebería de un hospital militar, junto con el resto del brazo, porque se le gangrenó una herida que recibió en octubre de 1924 en el Fondak de Ain Yedida, en Marruecos, cuando se expuso al fuego rifeño para empujar con arengas a los soldados del batallón de Burgos. Scott Fitzgerald escribió que la vida es un proceso de demolición, pero a Millán Astray más bien fue el moro el que le quiso derribar poco a poco.
Antes de mancarle le acertaron en el pecho en el barranco de Amadí, durante la toma de Nador, en 1921, y al año siguiente casi le volaron la pierna cuando se retiraba del blocao Gómez Arteche, después de la batalla de Draa-el Asef. Después de quedarse con una manga de sobra recibió un disparo en la cara cuando examinaba las defensas de Loma Redonda que le desgarró la mejilla izquierda, le puso sonrisa de piano y le vació el ojo derecho. A partir de entonces lució parche de luto y mareos de vértigo si giraba el cuello con violencia. Aunque la pierna la conservó en su sitio, en los cuarteles legionarios decían en el bajinis que al general no le gustaba tener nada repe (el diputado socialista Julián Zugazagoitia le describió «recompuesto de garfios, maderas, cuerdas y vidrios») y Millán Astray sonreía con su mordida rota a balazos porque le gustaban los chistes y convidar a copas después de las imaginarias.
José Millán Terreros Astray nació en La Coruña en 1879 y cuando tuvo edad para hacerlo desterró el apellido materno a la tercera posición por considerarlo reptante. Ingresó en la Academia de Infantería de Toledo en 1894 y dos años después se presentó voluntario para combatir la rebelión nacionalista en las colonias de Filipinas. Se bautizó de fuego con dieciséis años y con veinte ya era un héroe nacional que había tenido que hacer sitio en la guerrera para llevar prendidas la Cruz de María Cristina, la Roja al Mérito Militar y la de Primera Clase. Con veinticinco era capitán y con treinta pudo ser oficial del Estado Mayor pero prefirió servir en África, en el cuerpo de Regulares Indígenas, y dos años después ascendido a comandante, empezó a pergeñar su sueño de reclutar una fuerza mercenaria que se alimentase de extranjería. Alistando al de fuera, expuso, «se dispone de un soldado y se ahorra un español».
Los novios de la muerte
El general Tovar Marcoleta, ministro de la Guerra, le envió en 1919 a estudiar el cuartel de la Legión Extranjera Francesa en Sidi-Bel-Abbés, en Argelia, en donde observó con entusiasmo el sistema de castigos brutales y recompensas suntuosas y el noviazgo con la muerte de aquel batallón de rufianes sin pasado. Mezclando la gloria vieja de los Tercios de Flandes y la observación del código samurái que aprendió del libro 'Bushido: el alma de Japón' de Inazo Nitobé (publicado en 1895 y traducido del inglés por el propio Millán y Luis Álvarez de Espejo) puso en marcha la Legión Extranjera, que fue aprobada por real decreto el 28 de enero de 1920.
Cuando los primeros reclutas, que eran una turba abigarrada de psicópatas, bandidos y muertos de hambre, llegaron a los cuarteles de Ceuta, Millán Astray, que ya era teniente coronel, les recibió diciéndoles «os habéis levantado de entre los muertos», les prometió una nueva vida y les aseguró que habían ido allí a morir.
África fue la aventura de Millán y el pilar de la leyenda legionaria. Desde que fueron enviados al sur de Tetuán en 1920 hasta que las tropas españolas ocuparon Bab Tazza en julio de 1927 poniendo fin a la campaña marroquí, las banderas del Tercio de Extranjería (como también era conocida la Legión) participaron en 845 combates en los que sufrieron más de dos mil bajas. Millán estuvo presente en 62 acciones, dejó la mitad de su anatomía en el camino y practicó el coraje exhibicionista y la punición truculenta que encantaba a sus chacales y sacaba de quicio a los generales de velador, que decían que su valor nacía en el chinchón y la morfina.
A la duquesa de la Victoria, que organizó un grupo de enfermeras de campaña, le regaló una cesta de rosas rojas clavadas en dos cabezas moras decapitadas y cuando Primo de Rivera visitó Marruecos en 1926 la Legión le atendió la revista en formación impecable y con las cabezas del enemigo pinchadas en las bayonetas. El periodista Arturo Barea pudo contemplar su repertorio macho cuando sirvió en África y le vio liarse a puñetazos con un recluta mulato, «se golpearon uno a otro como los hombres de las selvas debieron hacerlo antes de que se fabricara la primera hacha», para luego reconocerle el valor y emplazarlo para el combate.
El general Millán Astray, dejando de lado las consideraciones políticas, vivía su mito guerrero mirando a Genghis Khan, a los tiempos del mandoble y la caballería, como Patton, Custer o Leónidas, buscando su aritmética en Clausewitz y su ética en lo que pende. Se compró un ojo de cristal en Italia pero jamás lo usó y prefirió el parche épico y cuando le hirieron por cuarta vez su subalterno Ríos Capapié le envió un telegrama que decía: «Felicítole por cuarta gloriosa herida. Stop. Espero impaciente la quinta». En el 36 se adhirió a la rebelión contra la República pero ya estaba roto para la guerra y solo entró en combate contra Unamuno, en la universidad de Salamanca. Ninguno de los dos sangró."
Yo, la verdad es que sin ser un ferviente admirador de Unamuno, sin dudarlo un momento, me quedo con su literatura en detrimento de la "belicosa" psicopatía del General Millán. No en vano ya vaticinó D. Miguel en su época antifascista aquel certero "epitafio" desgraciadamente cumplido «El general Millán Astray quisiera crear una España nueva según su propia imagen. Y por ello desearía una España mutilada».
Saludos cordiales. Topo.